Salas y Campos (2001) plantean que no nacemos hombres, nacemos machos de la especie humana…nos hacemos hombres a través de los procesos de socialización y de construcción de identidades. La masculinidad, como construcción social, supone procesos de socialización que se orientan a construir una identidad que se caracteriza por la demostración permanente de la fuerza, la negación de la vulnerabilidad y de los sentimientos que supuestamente pueden debilitar a los hombres.
Una de las manifestaciones más importantes de la vivencia de la masculinidad lo constituye el ejercicio de la sexualidad activa. La cultura patriarcal ha impuesto a todos los hombres el mandato de la demostración de la virilidad mediante la afirmación de su sexualidad en forma constante (Gindin, 1991). Por tanto, todo hombre sabe que necesita demostrar su hombría a través del ejercicio de la sexualidad activa, en la cual no se deje duda alguna de que “puede funcionar” y de que “lo hace muy bien”.
Por su parte, los estudios acerca de la sexualidad humana y masculina han dado más énfasis a la parte genital, al funcionamiento de la respuesta sexual humana y a los aspectos biológicos. Consideramos que este aspecto es muy importante, pero es necesario, para comprender la sexualidad de los hombres, incorporar la dimensión masculina, en cuanto construcción de la identidad de género. Incorporar esta dimensión permite ubicar los aspectos históricos, sociales e ideológicos que sirven de contexto a la sexualidad masculina y que le dan sentido a la vivencia concreta de la misma.
Es necesario distinguir lo masculino tanto en lo real como en lo imaginario. Muchas acciones de los hombres se sostienen en el imaginario, aún cuando las bases objetivas de su condición estén muy lejos de soportar la mínima confrontación, es decir la masculinidad en sí es muy frágil. Si esta doble consideración es de radical importancia en áreas como la violencia, la paternidad, etc., lo es aún más en el área de la sexualidad, en la que muchas vivencias, temores o acciones tienen como soporte un mundo imaginario sólido y poco permeable a su revisión (Martín-Baró, 1985). De lo anterior, la necesidad que tienen los hombres de mentir y mentirse como mecanismo para mantenerse en el lugar de lo masculino que le ha sido asignado; la sexualidad es uno de los campos en el que vemos cómo esto se presenta de manera clara e incluso dramática.
La vivencia de la sexualidad masculina debe analizarse en el contexto de los encargos y mandatos que la cultura patriarcal ha impuesto a los hombres y a las mujeres, específicamente en lo que respecta a la sexualidad. La sexualidad humana ha sido sometida a mecanismos de control social a lo largo de la historia patriarcal. El poder reside en lo masculino y lo femenino es considerado como algo de naturaleza inferior.
Sin pretender detenerme mucho en este punto se entiende el patriarcado como un modelo de dominación del hombre sobre la mujer, un sistema basado en la construcción del género (Caamal, 2010). Se sustenta en el control, por parte de los hombres, de los aspectos más importantes de la economía, la cultura, la ideología y los aparatos represivos de la sociedad.
Para el hombre, la sexualidad patriarcal se refiere a la obligación de demostrar su masculinidad en todos los espacios donde ésta sea cuestionada. La virginidad, la fidelidad y la monogamia no son instituciones que se crearon para el hombre en este sentido, por tanto, tiene la posibilidad de tener relaciones sexuales coitales tantas veces como desee y con tantas mujeres como oportunidades tenga. La sexualidad del varón está disociada en la cultura patriarcal en dos dimensiones: sexualidad para el placer con la esposa, la madre de sus hijos, y sexualidad para el placer con “la otra mujer”.
Salas y Campos (2004) mencionan las siguientes implicaciones para los hombres, como parte del encargo de la cultura patriarcal hacia su sexualidad:
a) la sexualidad se reduce a la genitalización, y a un acto de penetración. El trinomio de la sexualidad masculina puede resumirse como: Erección, penetración, eyaculación.
b) el erotismo y sus manifestaciones, en cuanto vivencia del placer, es mutilado por la definición del fin último de la sexualidad masculina resumidos en el trinomio. Todo lo que queda por fuera es tan sólo “preliminares” que anteceden “lo importante”.
c) El falo se constituye en un símbolo, significante y estandarte de la masculina. Estructura y organiza la subjetividad masculina y su identidad (Monik, 1996). De ahí que, para los hombres, el pene erecto es símbolo de su identidad masculina. Si tiene problemas con su pene, tiene problemas con su virilidad y con su identidad. “Es menos hombre”
Tales encargos se asumen de manera inconsciente y se introyectan en el mundo interno de cada hombre, como parte del proceso de socialización.
En la experiencia en el trabajo con hombres y la sexualidad masculina es evidente que la introyección de los roles y estereotipos afectan directamente la vida cotidiana.
Hay una clara demanda, sentida y asumida, de una sexualidad heterosexual, en la que se cruzan las comunes confusiones entre género y preferencia sexual. Una vivencia sexual de índole homosexual es cualquier cosa, menos la de un hombre; es más, quien la tiene no es hombre. Aparece de manera la dimensión homofóbica que atraviesa toda la sexualidad masculina.
Su sexualidad, en la que parece ser la preocupación más fuerte en estos hombres, está signada básicamente por la responsabilidad de la complacencia de su pareja, de las mujeres. Muchas de las hazañas que se señalan para ilustrar esto van en la línea del suministrar placer y satisfacción a las compañeras sexuales (estables u ocasionales); de esta manera, lograr una adecuada erección y sostener la eyaculación son ingredientes fundamentales para lograr este ideal de sexualidad masculina.
Es bastante común escuchar acerca de discusiones que se generan cuando lo que se revisan son “las propuestas de novedades eróticas” por parte de las mujeres. Es difícil tolerar la iniciativa femenina, la que se contrarresta con los cuestionamientos de “¿quién te lo enseñó? en un intento de controlar el fantasma del otro, perenne acompañante de la masculinidad. Esto es una muestra clara de representaciones de la sexualidad masculina y femenina.
Necesariamente la sexualidad en los hombres, es entendida como el encuentro con una mujer que finalice “en la cama” y obligatoriamente con el coito realizado. Algunos hombres declaran abiertamente haber perdido tiempo y dinero si, después de llevarla a cenar y a bailar, no tuvieron relaciones coitales. Ello es vivido como un fracaso, aún cuando todo lo sucedido pudo haber sido altamente gratificante y complaciente. Esto es por lo general en relación con parejas ocasionales; no obstante, si la situación se da con una pareja estable (matrimonial o no), el relato es parecido. Asociado con esto, es obvia e inmediata la preocupación manifestada por la erección, la penetración y la eyaculación, como aquellos procesos que dan la definición de la sexualidad masculina. Si no funciona así, el espectro de la impotencia aparece en forma inmediata. Ello acarrea temores consigo mismo y el riesgo que ella se vaya con otro que sí lo haga correctamente (Salas y Campos, 2004).
Es evidente que esta manera de vivir la sexualidad, hace que los hombres la asumamos desde la postura de estar siempre preparados. Con frecuencia se escuchan manifestaciones en la línea de que es intolerable e inaceptable la renuencia a alguna posibilidad de intercambio sexual, lo que además de aportar indicios de deficiencias sexuales, se corre el riesgo de ser objeto de dudas o cuestionamientos sobre su virilidad y heterosexualidad. En otros términos, la homofobia vuelve a manifestarse de manera clara.
Gran parte de la preocupación de los hombres gira en torno a la capacidad erectiva. Si tiene problemas de erección, esto se vive subjetivamente como déficit de su masculinidad y de su identidad, con todas las implicaciones que esto conlleva. Si ya “no funciona”, “ya no soy hombre, o soy menos hombre”. Las reflexiones que hacen los hombres en torno a los problemas erectivos definen a tales problemas como uno de los grandes temores y amenazas que los vulnerabilizan. Hay gran cantidad de mitos que manejan los hombres hacia la erección y hacia el pene, al punto de considerarlo como un ser con existencia propia e independiente, que se mueve a su propia voluntad y cuyos “movimientos” nada tienen que ver con el mundo social, interpersonal y subjetivo del hombre que lo porta.
Conclusiones.
En este rápido repaso de algunas de las principales preocupaciones de los hombres en torno a su sexualidad, se pueden extraer algunas interesantes reflexiones. Es interesante que en los hombres haya una ética de la responsabilidad por el placer de la mujer, pero que esta responsabilidad se viva no como consideración y solidaridad con ella para un disfrute conjunto. Más bien tal responsabilidad se vive como el deber del que sabe de transmitir conocimientos, cercenando la capacidad proactiva de ella de compartir también en la intimidad. Así, complacer a la compañera no es un placer, es un deber.
Se trata entonces de una sexualidad vivida con obligaciones, deberes y un placer que lleva intrínsecamente demandas por lo que podemos hablar de una sexualidad muy poco erótica y cuyas manifestaciones más bien se inscriben en lo contrario: mecanizada, genitalizada, rígida y automatizada.
Por todo lo anterior, cabe plantear la necesidad de reeducar, de reconceptualizar y de intentar (dentro del trabajo con las masculinidades) una vivencia alternativa de la sexualidad y relación con las mujeres. Esta sexualidad alternativa supone superar las concepciones biologistas y patriarcales (Machistas) que la limitan como una práctica coital.
Para concluir este breve ensayo, Campos (1999) propone algunos aspectos necesarios para el ejercicio de una sexualidad alternativa, integral:
a) No puede reducirse sexualidad a lo biológico ni a lo genital. La sexualidad es la expresión integral del ser humano en cuanto hombre y en cuanto mujer, expresión que no se limita a lo genital.
b) El fin de la sexualidad humana no es la reproducción, sino fundamentalmente el placer, el amor y la constitución de vínculos. La procreación es una de las tantas funciones de la sexualidad.
c) La penetración es tan sólo una de las tantas prácticas posibles de la sexualidad. Existen múltiples formas de proveerse placer en la relación sexual, y todas estas prácticas son igualmente válidas en la medida que la pareja esté de acuerdo.
d) En la sexualidad humana existe una ética fundamental : proveer placer sin hacerse daño físico ni psicológico ni a sí mismo ni a la otra persona. Esta sería la única restricción a la sexualidad, en el contexto de una ética social de respeto a los derechos humanos. Las demás restricciones propias de la cultura patriarcal son innecesarias y son normas al servicio de la dominación y del control social.
e) No existe una sexualidad natural. La diversidad sexual sería lo más propio y característico de la sexualidad humana. Diversidad en cuanto objeto de preferencia sexual, diversidad en cuanto a prácticas sexuales, diversidad en cuanto a modos de vivir la sexualidad.
f) Además del componente del placer genital, es de gran importancia el componente “placer no genital” que se refiere a la capacidad de experimentar placer y satisfacción en otras áreas de la vida que no sean específicamente la genitalidad con la pareja.
g) La sexualidad es una relación social, por tanto, el establecimiento y constitución de vínculos afectivos es consustancial a la experiencia sexual. La relación con el otro, qué significa el otro para mí, cuáles sentimientos me provoca y me despierta, el compromiso afectivo que la relación sexual conlleva, etc, constituyen dimensiones fundamentales que deben tomarse en cuenta para la vivencia de una sexualidad integral. El vínculo afectivo no puede reducirse al control político social del matrimonio.
h) La relación con el propio cuerpo, la aceptación del mismo como algo positivo, el conocimiento de las zonas erógenas, la capacidad para proveerse placer a sí mismo en una actividad autoerótica, etc, constituyen también dimensiones fundamentales de la sexualidad humana.
i) El cuestionamiento permanente de los valores, creencias, normas, etc, en torno a la sexualidad y en torno a la feminidad y masculinidad también son pilares integrantes de una vivencia plena de la sexualidad.
j) Por último, para una comprensión plena de la sexualidad no puede dejarse de lado la dimensión “responsabilidad”. La sexualidad integral implica un acto de responsabilidad, en el sentido del cuidado que debemos tener con nuestros sentimientos, con nuestro cuerpo, con nuestra salud física y mental; así mismo el cuidado que le debemos al otro.
En lo personal, creo que este ejercicio alternativo de la sexualidad implica necesariamente el cuestionamiento ideológico, que hombres y mujeres hemos interiorizado y que reproducimos a nivel consciente e inconsciente e implicaría la necesidad de servicios de terapia sexual, urología y salud sexual reproductiva con perspectiva de género.
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Psicomérida, Especialistas en Psicología