“…yo siempre he dicho que una infidelidad es algo que no se perdona, y que las personas infieles nunca van a cambiar, es un tema que me enoja mucho, y pues hace un par de meses, engañé a mi pareja con alguien más… Mi pareja no lo sabe, pero no puedo dejar de sentir esto que no entiendo y me enoja, me enoja mucho y he estado muy irritable.”
Para términos prácticos podemos definir la incongruencia como un desequilibrio entre las escalas de valores (forma de interpretar al mundo) y las acciones o decisiones tomadas (experiencias o interacciones). Encontrarnos en una encrucijada, entre nuestro sistema de creencias, nuestras escalas de valores éticos y morales, y nuestras acciones, suele ser una de las situaciones más incómodas y limitantes para los seres humanos.
Si bien dichas escalas fungen como estandartes y guías para nuestras acciones, premiando y dando reconocimiento a la congruencia, también pueden dar pie a la emisión de juicios internos que se magnifican ante el temor de un juicio mayor a manos de los demás por actuar de manera incongruente, dando como resultado un constante malestar y una sensación de temor que en ocasiones hace sentir que algo malo puede ocurrir como consecuencia de aquello en lo que incumplimos.
No obstante, la incongruencia, es parte de la naturaleza de todas las personas. Somos, aunque en muchas ocasiones nos cuenta admitirlo seres de error, falla y discrepancia. A lo largo de nuestra vida, incluso de nuestro día, vamos a encontrar momentos en los que nuestras escalas de valor van a contraponerse a nuestras acciones, por ejemplo; voy tarde a una reunión de trabajo y el único sitio para estacionar es en franja amarilla, tengo muy claro que estacionar en franja amarilla, es un delito, y en mi escala de valores éticos y morales, considero que las personas que cometen delitos son malos, y me esmero en no ser malo, por lo tanto estacionar en franja amarilla me convertiría en alguien malo. Aceptar que puedo ser incongruente sin que esto represente un daño profundo a los demás o a mi mismo es parte de la humanidad, siendo en todo momento consciente de las consecuencias que esto me podría acarrear; una infracción de tránsito.
En la práctica clínica es muy común, escuchar a las personas buscar orientación acerca de las decisiones que han tomado, y surgen preguntas como; ¿Crees que esta bien? ¿Será bueno actuar de esta manera? ¿verdad que estuvo mal lo que hice? En pocas palabras, estas preguntas se pueden englobar en querer saber si hemos sido o no fieles a nuestros propósitos más profundos. Sin embargo, estas surgen de la incongruencia y son impulsadas desde un sentimiento de culpa. La culpa como resultado de acciones incongruentes, es un sentimiento desagradable, y que difícilmente podemos manejar de manera adecuada.
Para entender la culpa es importante hablar de sus funciones. No es un sentimiento malo, sin embargo, es complejo y poco entendido. La culpa como tal, sirve para ponernos frenos y límites, ante la idea de un castigo interno, un reproche constante derivado un acto que se contrapone a las escalas antes mencionadas. La culpa es ese sentimiento que hace que seamos diferentes a las personalidades sociopáticas. Mientras que yo me sentiría sumamente mal y culpable por atropellar a un inocente perro que cruza la calle, y la sola idea de tener que lidiar con ese cargo de conciencia me detiene de llevar a cabo tal acción, una persona sociopática, no piensa ni siente la necesidad de tener que lidiar con ese constante reproche y puede llevar a cabo el acto sin inmutar su estado anímico.
Hablando de manera metafórica, la culpa nos humaniza, y hace sensibles ante las posibles consecuencias, el dolor que puede sentir el otro o incluso los problemas sociales, la culpa nos acerca a la empatía. Luego entonces, ¿Cuál es el problema con la culpa? Tomemos el siguiente ejemplo:
“… estaba presionado por el trabajo y haciendo reportes urgentes, mi hija estaba hablándome y le dije que por favor me dejara, pero ella insistía, hasta que no pude más y le levanté a voz. Me sentí muy mal… bueno ya después, cuando terminé la fui a buscar y le dije que se arreglara, y la llevé a comprar un juguete, pero no me siento bien…”
Como terapeuta es importante no tomar el lugar de un juez moral ni definir la bondad o maldad de los actos y decisiones tomadas por el paciente, si no hacer un análisis extenso y profundo de la situación, clarificar los detalles al rededor de las decisiones para llegar al punto más importante, ¿para que? Se actuó de esa manera, y en función de esto poder encontrar otras alternativas, que nos liberen de la culpa, ya que la culpa cuando no se maneja de manera adecuada, nos limita más allá de lo necesario, nos genera inseguridad y hace que estemos atrapados en un espiral infinito.
Retomando el ejemplo anterior, es posible que la culpa persista puesto qué, el hecho de llevar a mi hija a comprar un juguete, no es un acto reparatorio, más bien es un acto sobre compensatorio. Para reparar la culpa, el primer paso consiste en admitir que hubo incongruencia entre las escalas de valores y las acciones, admitir que fue un error levantar la voz, por el estrés a causa del trabajo, segundo, emitir una disculpa y tener el propósito de no volver a hacer algo similar, en contra parte, un acto sobre-compensatorio, es aquel que me aleja de la toma de responsabilidad, no incluye un proceso de reflexión, y mucho menos el propósito de no volver a hacerlo.
Espero este artículo haya sido de tu interés y utilidad en términos reflexivos y de introspección, si te encuentras experimentando dificultades en tu vida diaria por causa de sentimientos de culpas, no dudes en contactarnos, te brindaremos toda la información y apoyo profesional que necesites.